1. El perro de Lucifer

Cuenta la historia que en la época de la colonia, cuando San Juan del Río era apenas un conjunto de calles sin mucho orden, nació un perro callejero que no era como cualquier otro, pues muchos de quienes presenciaron su nacimiento, aunque sea con el rabillo del ojo, aseguraron que nació de un resplandor rojo.

Pasaron los días, las semanas y los meses, el can creció para convertirse en un perro callejero más, aunque de inusual belleza. Tal vez esto fue lo que motivo a Ermenegila Gámez, una anciana del pueblo que toda la vida había quedado soltera, a tomarlo y llevarlo a su casa (en la calle Cuahutémoc), donde le dio cobijo, agua y alimento.

No obstante, no contaba con lo que sucedería con el can. Una noche, el perro -ya mimado- miró a la luna llena. El animal se retorció por varios minutos. Sus patas incrementaron. Sus colmillos se afilaron. Sus ojos pasaron e ser tiernos a ser sólo un par de motas negras que miraban con odio aquel resplandor nocturno.

Salió de la casa de la mujer que le dio cobijo. Corrió a por las calles del centro, arremetiendo por las ventanas de las viviendas -que en ese entonces no eran muy resistentes- y llevándose a los niños.

Varias noches repitió la hazaña. Los pobladores primero se negaban a creer que esa fuera la causa de la desaparición de sus infantes. No fue hasta que un hombre -un borracho que salía de una cantina- alcanzó a verlo corriendo a toda velocidad, que comenzaron a formarse los grupos de búsqueda para darle caza.

Más astuto que los hombres que noche tras noche lo perseguían, fue un sacerdote que decidió esperar a que saliera el sol. Convencido de que el animal era un demonio tomando la forma de perro, se dio cita en la casa de la mujer a los primeros rayos de luz.

Sin preguntarle a la viejecita, que entre lágrimas aseguraba que no era su cachorro el que cometía aquellas maldades, el clérigo entró u e clavó un cuchillo al can, que -en defensa propia- le mordió la mano. La sangre, que brotaba a chorros, empapó las ropas del hombre, que con la enorme herida, vio como el perro moría debido a la apuñalada.

Algunos días después, un campesino que se encontraba en las afueras, encontró una cueva -que pareciera hecha por hombres- donde estaban todos los niños y niñas. Tenían algunas heridas, pero vivos. Ese mismo día, el sacerdote murió. En la cueva, encontraron el número 666 marcado con -al parecer- sangre.

2.- La macabra construcción del puente de la historia

En 1711 fue concluido el hoy monumento y símbolo de la ciudad, el Puente de la Historia, que se alza sobre la parte sur del rio San Juan.

Este puente fue durante mucho tiempo la única entrada a San Juan del Río y por él han pasado, desde hace trescientos años desde cargamentos de minerales que iban del norte a la capital hasta tropas insurgentes y revolucionarias que buscaban la libertad.

Su construcción inicio en febrero de 1710 por orden del Virrey Don Francisco Fernández de la Cueva duque de Albuquerque, quien ordeno al arquitecto Pedro de Arrieta el diseño del mismo. Sin embargo, por más que el arquitecto hiciese sus cálculos y los corrigiera, el puente no dejaba de caerse.

Cuenta la leyenda que cada vez que esto sucedía, se le aparecía el diablo a Pedro de Arrieta advirtiéndole que no dejaría de tirar su obra hasta que hiciese un pacto con él, cosa que le horrorizaba.

Después de muchos intentos infructuosos los constructores aceptaron el trato, cuál fue su sorpresa al saber que tenían que enterrar un niño en cada columna del puente, y así, sus almas sostendrían la construcción, dándole la solides que le faltaba.

A la fecha no se sabe si finalmente aceptaron o no, solo sabemos que en 300 años el puente no se ha derrumbado. Algunos aseguran que si un niño juega cerca del puente durante una lluvia fuerte su alma cambia de lugar con la de los niños enterrados.

3.- El tacón dorado

Bellísima mujer vivía en la calle de Abasolo #24. Hija de una acaudalada familia, la joven parecía tener una vida de ensueño: Paseaba todo el día, paraba a tomar un café, comía con amigas, y disfrutaba de una tranquila vida. Sin embargo, su mayor pasatiempo era un tanto secreto. No porque hiciera mal, si no porque sabía que a su familia no le agradaría: la estación ferrocalilera.

De nombre Mary Bella, la joven era fanática de los trenes. Le encantaba verlos pasar y soñar despierta con, algún día, salir de San Juan para conocer el mundo. Lo malo, era que la estación se encontraba lejos de su casa, cerca de una zona no muy buena. Mientras pasaba por ahí -siempre a la luz del día- vestía elegantemente: tacones dorados y vestidos azules.

Varios hombres le vieron. Varios intentaron conquistarla. Varios se rindieron. Las pocas veces que uno que otro se animó a aproximársele para entablar conversación, ella los despechaba en menos de cinco minutos.

Una noche, fue a la estación de ferrocarril un poco más tarde que lo usual, pues llegaba una nueva máquina que quería ver. A su regreso, más cauteloso por estar ya obscuro -un hombre interceptó su paso.

Tras unas pocas palabras en las que Mary Bella pensó que sólo sería un cortejador más, se sorprendió de sentir un puño en su cara. El hombre, con la cara fría como el hielo, la había golpeado y tirado al suelo. Antes de que ella se pudiera levantar, sintió como sus brazos la cargaban y se la llevaban.

Todo fue confusión por algunas horas, Le dolía la cabeza y otras partes del cuerpo. Oyó una risa. Sintió como sus ropas se rasgaban. Percibió un tacto no deseado por todo su cuerpo. Silencio…

De pronto sintió el temblar de un automóvil de los años 40’s yendo a toda marcha por un sudo de tercería. Finalmente, un seco golpe hizo que no sintiera nada más.

Las investigaciones de la policía no llevaron a nada. El culpable de la muerte de Mary Bella había huido.

El tiempo pasó. Los terrenos se convirtieron n casas, y los caminos de tercería que recorrió Mary Bella en sus últimos minutos, pasaron a ser modernas calles. El lugar de su asesinato actualmente es una colonia popular.

Sin embargo, la historia no murió. Se cuenta por san Juan del Río. Los nuevos pobladores -los que llegaron después de los hechos- han asegurado después, que cuando se guarda silencio por las noches, se pueden alcanzar a escuchar los taconazos que Mary Bella, en sus tiempos finales, daba para intentar separarse de sus agresores.

FUENTE: CIUDADYPODER.MX